En la lectura del Evangelio de hoy, contemplamos que el mismo día de la Resurrección, cuando aún no era de día y la oscuridad reinaba en el exterior, había un sepulcro vacío, pero que estaba lleno de luz y de vida. Con este pasaje del Evangelio de Lucas, hoy 2 de noviembre, la Iglesia conmemora a todos los fieles difuntos.
Cuenta el Evangelio que era la madrugada del primer día de la semana, ya habían pasado tres días de la pasión y muerte del Señor. A pesar de todo, las mujeres fueron a donde habían depositado los restos de Jesús, pero se encontraron con el sepulcro abierto y vacío; el cuerpo del Maestro no estaba, y las mujeres, dice el evangelista, «estaban desconcertadas».
Es el desconcierto como el que sentimos cuando la pérdida de un ser querido azota nuestra vida: nos duele, nos hace pensar en sus últimos momentos, en si se pudo evitar, y nuestra cabeza se pone a mil. Se nos viene todo a la mente, la vida y la muerte en una ráfaga: los recuerdos buenos y malos, la experiencia, y también, las enseñanzas. Es una fecha al azar, por lo menos así parece, muchas veces impensada, otras veces esperada a causa de una dura y larga enfermedad. Esa persona —ese ser querido— "ya no está, no va a volver a sonreír, se apagó una luz".
En suma, se trata de ojos que ya no ven; boca que no habla, no besa, ni bendice; oídos que ya no escuchan; manos que no acarician, no trabajan, ni entregan; pies que ya no caminan hacia ningún lado; corazones que ya no palpitan; sonrisas que ya no brillan; palabras que ya no se escuchan. Cuando nuestros hermanos se van, sentimos un profundo dolor que se apodera de nuestro pecho e invade nuestra vida; hay un desgarro en el alma cuando parten, anticipando nuestra ida.
Así, en este día en dónde recordamos a nuestros seres queridos que ya han partido, nos encontramos frente a la realidad de la muerte, que es dolorosa y desafiante… incluso cuando ya haya pasado tiempo. No obstante, como cristianos, tenemos la certeza de que la muerte no es el final de la historia.
Es en esos momentos difíciles, en donde surge la esperanza que nos da Jesús en el Evangelio de hoy: «¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?», le dijeron aquellos ángeles a las mujeres desconcertadas. Si, Jesús vive, y está vivo a tu lado y a mi lado; si se lo permitimos, Él guiará cada uno de nuestros pasos y cada uno de nuestros proyectos. Algún día nosotros también estaremos cara a cara con Él y lo veremos tal cual es, podremos levantar la vista y mirarlo a los ojos y sentir su amor misericordioso; entenderemos todo, sabremos todo.
Si creemos que Jesús es nuestro camino hacia la vida eterna, también creemos que la muerte no marca el final de la existencia, sino un paso hacia la plenitud de la vida en la presencia de Dios. Esto nos indica que ese ser querido, aunque ya haya fallecido, tiene vida en abundancia y que esta tristeza que sentimos es pasajera, porque no hay nada que le gane al Señor, ni siquiera la muerte. Duele, es verdad, porque ese ser querido que partió ya no está más terrenalmente; y la fe en las palabras de Jesús no te lo va a devolver, pero si te van a dar la paz de que ese ser querido ya no sufre más, de que está en un lugar mejor, de que está con Dios y, sobre todas las cosas, la fe en las palabras de Jesús te dan la certeza de que algún día te vas a volver a reunir con ese ser querido, de que algún día volverás a mirarlo de nuevo a los ojos y te vas a dar un abrazo y ese abrazo será para siempre. Pero mientras tanto seguimos acá, como Iglesia peregrina, pensando en este día en todos nuestros seres queridos que ya partieron al encuentro con el Señor, y que desde arriba, desde alguna estrella, nos cuidan y nos acompañan.
Entonces, aferrémonos a la esperanza que nos da Jesús, a esa esperanza de que la muerte de nuestros seres queridos no es el fin para ellos, sino el comienzo de una nueva vida en la Casa del Padre, donde hay muchas habitaciones preparadas por el mismo Jesús para cada uno de nosotros. Recordemos a todos nuestros seres queridos que ya han partido, confiando en que están en la presencia de Dios, donde no hay más dolor ni sufrimiento, sino paz y felicidad eterna. Que esta oración nos reconforte si estamos tristes, nos ayude a seguir adelante y fortalezca nuestra esperanza en la vida eterna que Jesús nos promete.
Por ellos, por nosotros, porque se fueron, porque nos esperan, porque están presentes aunque ya no estén, porque nos hablan desde el recuerdo y la emoción; por ellos, hoy rezamos, hoy rogamos, hoy lloramos, pero también, esperamos ya no buscarlos entre los muertos porque que están vivos con Jesús y presentes para siempre en nuestro corazón.
Lucas M. Perez, 2 de noviembre de 2021