🌱¡LA SEMILLA SIEMPRE LLEGA!🌱

EVANGELIO:

Mateo 13, 1-9: la parábola del sembrador

Jesús salió de la casa y se sentó a orillas del mar. Una gran multitud se reunió junto a él, de manera que debió subir a una barca y sentarse en ella, mientras la multitud permanecía en la costa. Entonces él les habló extensamente por medio de parábolas.

Les decía: «El sembrador salió a sembrar. Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las comieron. Otras cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y brotaron en seguida, porque la tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol, se quemaron y, por falta de raíz, se secaron. Otras cayeron entre espinas, y estas, al crecer, las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta.

¡El que tenga oídos, que oiga!»

Palabra del Señor.


Mateo 13, 18-23: explicación de la parábola del sembrador

Jesús dijo a sus discípulos:

«Escuchen, entonces, lo que significa la parábola del sembrador. Cuando alguien oye la Palabra del Reino y no la comprende, viene el Maligno y arrebata lo que había sido sembrado en su corazón: este es el que recibió la semilla al borde del camino.

El que la recibe en terreno pedregoso es el hombre que, al escuchar la Palabra, la acepta en seguida con alegría, pero no la deja echar raíces, porque es inconstante: en cuanto sobreviene una tribulación o una persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumbe.

El que recibe la semilla entre espinas es el hombre que escucha la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas la ahogan, y no puede dar fruto.

Y el que la recibe en tierra fértil es el hombre que escucha la Palabra y la comprende. Este produce fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya treinta por uno.»

Palabra del Señor.


REFLEXIÓN:

El Señor ama a todos y en base a este amor, busca el encuentro, busca comunicar lo que es y lo que tiene, y está abierto a recibir del otro aquello que pueda aportar. Se trata de un amor gratuito e incondicional, que se da y no se deja de dar por el hecho de no recibir respuesta. Esto lo encontramos preciosamente expresado en el Evangelio, sobre todo, en la parábola del sembrador y en la posterior explicación que Jesús hace al respecto. A través de la imagen del sembrador, podemos ver como el Señor se presenta ante nosotros: no se impone, sino que se da echando la semilla de su Palabra, semilla que Él mismo esparce con paciencia y generosidad. Él siembra la semilla de la Palabra en todos, pero encuentra distintas respuestas de parte de quienes la reciben. Esto Jesús lo reconoce, seguramente lo sufre, y también lo acepta, cosa que solo puede hacer alguien que ama.

En la misma línea, la parábola deja bien en claro que el terreno de siembra es variado. La semilla de la Palabra cae a lo largo del camino cuando no es realmente escuchada y el Maligno se la lleva; o cae  en un pedregal, sin penetrar a fondo en la tierra, y al momento de las pruebas y dificultades, rápidamente queda en el olvido; o cae entre espinos, sofocándose enseguida y distrayéndose por los afanes; mientras que una parte cae en tierra buena y entonces da fruto abundante, porque en ese terreno, la Palabra es escuchada y puesta en práctica.

Sin duda, el terreno de siembra es nuestro corazón, que puede tener tierra buena y producir mucho fruto, es decir, puede ser un corazón abierto a la relación personal con Dios y solidario con el prójimo, o como explica Jesús en la parábola, puede ser un corazón duro e impermeable, no muy fértil. Los corazones con tierra fértil, son aquellos que están dispuestos en todo momento a recibir, guardar y hacer germinar con Dios la semilla de la Palabra. Mientras que los corazones con tierra no muy fértil, son aquellos en donde el Maligno, las preocupaciones del mundo, las dudas, las adicciones, el egoísmo, los golpes de la vida o la seducción de las riquezas, hacen que pierda fuerza la semilla de la Palabra que Jesús siembra, no porque no la tenga, sino porque necesita de la aprobación, de la libertad, de la apertura para poder recibirla y hacerla germinar con Dios, pero sobre todo, para poder vivirla. 

El Señor nos ama y por eso la semilla de la Palabra de Dios siempre llega a nosotros; pero como acabamos de ver, depende de uno mismo que germine y produzca fruto. La semilla de la Palabra, llega a pesar de las dificultades del terreno (de las asechanzas del Maligno, de los miedos, de las dudas y de los afanes del mundo). Sin embargo, Jesús hace una advertencia: sólo el corazón bien dispuesto hace que la semilla de mucho fruto. 

Indudablemente, todos tenemos la vocación de convertir nuestro corazón en terreno fértil, y producir fruto abundante con la semilla de la Palabra que Jesús siembra en cada uno de nosotros. No obstante, hemos visto que no es nuestra única posibilidad: podemos vivir distraídos en dinámicas egoístas; podemos solo buscar adherirnos a Dios en tanto nos vaya bien, y escabullirnos en las dificultades o en el sufrimiento; o podemos querer hacer convivir la adhesión al Evangelio sin decirle que no a nada, sin cerrarle las puertas a otros horizontes que lo dejan en segundo plano.

En definitiva, en la parábola del sembrador, Jesús nos invita a cada uno de nosotros a revisar nuestro corazón, para ver cómo estamos guardando la Palabra, como la estamos escuchando y como la vamos haciendo germinar con Dios en nuestro día a día. Por eso, propongo cinco interrogantes que pueden ayudarnos a revisar nuestro corazón: 1) ¿Qué clase de terreno es mi corazón? 2) ¿Qué clase de terreno quiero que sea? 3) ¿En qué momento los espinos ahogan la Palabra? 4) ¿Qué podría hacer para no dejar crecer a los espinos? 5) ¿Cuánto es el fruto que estoy dando? ¿Podría dar más?

Pidamos al Señor la gracia de tener un corazón con tierra fértil y que la Virgen Madre, insuperable en el acoger la Palabra de Dios y en ponerla en práctica, nos ayude acoger la semilla y dar fruto abundante. 

Lucas M. Perez, 24 de Julio del 2021.



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