SÁBADO SANTO: JESÚS YACE EN EL SEPULCRO
COMENTARIO:
Hoy no meditamos con un evangelio en particular, puesto que es un día que carece de liturgia. Luego de recordar el camino de la Cruz, camino de dolor y entrega en el día de ayer, el Sábado Santo nos conduce a la gran “espera”, al hito en la historia de la salvación: La Resurrección gloriosa de Jesús, el Domingo de Pascua. Pero mientras tanto, Cristo yace en el sepulcro, y la Iglesia, junto con María, medita en silencio lo que Él ha hecho por nosotros. En efecto, un gran silencio reina hoy en la tierra, un gran silencio y una gran soledad. Un gran silencio porque el Rey duerme. La tierra ha temblado y se ha calmado porque Dios se ha dormido en la carne y ha ido a despertar a los que dormían desde hacía siglos.
En silencio, hoy contemplamos el descanso de Jesús, descanso por el cuál desciende a los infiernos como Salvador y proclama la Buena Nueva a quienes están allí detenidos (cf. 1 P 3,18-19). Desciende para encontrarse y liberar a las almas santas que esperan a su Libertador en el seno de Abraham (cf. Lc 16, 22-26). Es decir, no baja a los infiernos para liberar a los condenados ni para destruir el infierno de la condenación, sino para liberar a los justos que le habían precedido, los justos de la era pre-cristiana. Entre la multitud de justos allí esperando la salvación, se encuentran San José, los patriarcas y los profetas, como todos aquellos que murieron en paz con Dios. Todos necesitan, como nosotros, la salvación de Cristo para poder ir al cielo.
En definitiva, el silencio de hoy es el silencio de Dios, que con su Palabra ya no nos dice nada, todo lo ha dicho en el gran gesto de la Cruz. Así, mientras esperamos la Solemne Vigilia Pascual, recemos con esta oración:
Se alejó nuestro Pastor, fuente de agua viva. Un gran silencio envuelve la tierra, una gran soledad.
Duerme y descansa en paz, Jesús Nazareno. Dios, tu defensor, va a restituirte el honor que los hombres te arrebataron; mañana su falsedad y engaño quedarán al descubierto.
Estás ahora acostado en el lecho de la tierra; duerme y descansa en paz, que mañana Dios te despertará para que amanezca la alegría de tu corazón vivo, rompiendo la piedra del sepulcro, y te muestres vencedor ante los hermanos.
Tu Señor y nuestro Dios te hará vivir tranquilo. Descansa en paz y duerme ahora.
Pon tu suerte en esas manos, no vacilarás. Que tu carne descanse serena hasta la alborada.
Y mañana… enséñanos a todos el sendero de la vida; llénanos con tu presencia de alegría para siempre.
Pero ahora, duerme y descansa en paz. Permitamos que tu Padre prepare la gran fiesta de mañana, porque Tú, Salvador nuestro, ya has destruido el poder del enemigo.
Nosotros procuraremos lavar un poco más el corazón, preparándolo para recibirte y escuchar tu voz.
Mañana… tómanos de la mano a todos, levántanos, dinos: “Despiértense, los que duermen, levántense de entre los muertos, que yo seré su luz”. Que tu sueño, Señor, nos saque del sueño del abismo.
Junto a tu cruz y tu sepulcro tuviste a tu Madre dolorosa, participando en tu dolor: haz que tu pueblo, nosotros, sepamos acompañarla. Y como Tú, grano que caíste en la tierra para morir y dar fruto, también nosotros sepamos morir al pecado y vivir para Dios. Que siguiéndote a ti, caminemos siempre en una vida nueva. Cambia nuestro luto en danza; muda nuestro traje de presidarios y vístenos de fiesta.
Amén.
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