EL PASTOR QUE DA LA VIDA POR SUS OVEJAS
«Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da su vida por las ovejas. El asalariado, en cambio, que no es el pastor y al que no pertenecen las ovejas, cuando ve venir al lobo las abandona y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa. Como es asalariado, no se preocupa por las ovejas.
Yo soy el buen Pastor: conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí -como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre- y doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este corral y a las que debo también conducir: ellas oirán mi voz, y así habrá un solo Rebaño y un solo Pastor.
El Padre me ama porque yo doy mi vida para recobrarla. Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo. Tengo el poder de darla y de recobrarla: este es el mandato que recibí de mi Padre».
Palabra del Señor.
COMENTARIO:
Este cuarto domingo de Pascua es denominado tradicionalmente Domingo del Buen Pastor. La Iglesia entera se alegra porque Jesús resucitado es su Pastor, conoce a sus ovejas y les da la Vida Eterna, de tal manera que no se perderán nunca y, además, nadie se las quitará de sus manos. Cristo es el verdadero Buen Pastor que dio su vida por las ovejas (cf. Jn 10,11), por nosotros, inmolándose en la cruz. Él conoce a sus ovejas y sus ovejas le conocen a Él, como el Padre le conoce y Él conoce al Padre. No se trata de un conocimiento superficial y externo, ni tan sólo un conocimiento intelectual; se trata de una relación personal profunda, un conocimiento integral, del corazón, que acaba transformándose en amistad, porque ésta es la consecuencia lógica de la relación de quien ama y de quien es amado; de quien sabe que puede confiar plenamente.
Es Dios Padre quien le ha confiado el cuidado de sus ovejas. Todo es fruto del amor de Dios Padre entregado a su Hijo Jesucristo. Jesús cumple la misión que le ha encomendado su Padre, que es la cura de sus ovejas, con una fidelidad que no permitirá que nadie se las arrebate de sus manos, con un amor que le lleva a dar la vida por ellas. No las abandona cuando alguna de ellas se pierde, sino que va a buscarlas, las protege, las cuida cuando están heridas, le cura sus llagas y las trae cargadas sobre sus hombros. Esa es la misericordia, la humildad y mansedumbre del corazón del Buen Pastor.
En definitiva, es aquí precisamente donde radica la fuente de nuestra esperanza, es decir, en Cristo Buen Pastor a quien queremos seguir como ovejas de su rebaño. Esto implica escuchar su voz con atención, ser dóciles a su palabra, seguirlo con una decisión que compromete a toda la existencia: el entendimiento, el corazón, todas las fuerzas y toda la acción. Aquí encontramos la fuerza ante las dificultades de la vida, nosotros, que somos un rebaño débil y que estamos sometidos a diversas tribulaciones. Por esto último, recemos cada uno, desde lo profundo del corazón, la siguiente oración:
vuelve tus ojos de Padre sobre mi vida.
Tú conoces mi corazón, mis límites, mis errores,
los traumas y complicaciones de mi vida.
Pasa por mi vida y cura mi corazón,
cámbialo y hazlo generoso y lleno de bondad.
Descienda sobre mí el espíritu de las bienaventuranzas
para gustar y buscarte cada día.